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viernes, 4 de abril de 2014

SENTARSE PARA HACER LA PAZ. MITO UITOTO. SOBRE COMO HACER POSIBLE LA PAZ



SENTARSE PARA HACER LA PAZ 

Los jefes se sentaron.
Con rabia habían luchado.
Muchos males se hicieron mutuamente.

Ya, enfrentados,
Encontraron que el otro era valiente
Y digno de confianza.

Y sellaron la paz.
Fue cuando aprendimos
Las canciones y el baile de los otros,
Y ellos también copiaron lo que es nuestro.

–¡Miren ahí!
–Decían nuestros pueblos.
–¡Miren ahí a los jefes
Sentados frente a frente,
Como hombres,
Forjando la ancha paz con su palabra!


Fernando Urbina Rangel
Bogotá, 1995




Sentarse frente a frente para hacer la paz



En 1995, charlando en Araracuara (río Caquetá) con el Abuelo José Vicente Suárez, Gente del clan Guamárayï (Gente-de-Pedregal), de la Nación Uitoto, fueron surgiendo los episodios de una larga crónica en que daba razón de por qué siendo los karijonas, los peores enemigos de los uitotos, fueron capaces de hacer la paz y la sellaron con canciones y bailes, ceremonia que aún se mantiene entre los uitotos: el «Baile de Karijona».

            Cuenta don José Vicente que en una de las múltiples confrontaciones que sostuvieron sus antepasados, mataron a un gran guerrero karijona y capturaron a sus hijos: un niño y una niña, quienes fueron criados, según costumbre, como si fueran hijos propios del jefe uitoto, ancestro del narrador. Años después, burlando la floja vigilancia de sus captores, el muchacho –encariñado ya con su nuevo padre– escapa y se va donde su gente resuelto a fraguar la paz entre los contendientes. Logra que los dos jefes enemigos se reúnan. Hacen la paz: ese acto humano por excelencia –lo es también el arte, la religión, la filosofía, la ciencia, la guerra, la política, el comercio, la crueldad y la compasión–.

***

El poema brotó de la emoción que me produjo esta acción de paz entre gentes aborígenes, que no andan engreídos pregonando poseer una cultura “superior a todas las demás”; como si lo hacen muchos integrantes de la llamada «cultura occidental», forma que produjo maneras óptimas de existencia, pero también dio origen al implacable capitalismo predador y a sus desastrosas, crueles y muy previsibles consecuencias. ¿Podríamos los colombianos, entre nosotros, hacer otro tanto, y metamorfosear la injusticia –y el odio que genera y el dolor que se nutre de más y más heridas– en abrazo, en canto, en baile, en atuendo, en sonrisa? El mundo indígena está ahí para decirnos, no con simples palabras sino con ejemplos de vida, que sí es posible, que para comenzar sólo se necesitan dos «hombres verdaderos», dos jefes con voluntad de paz.                                      

***














La imagen que encabeza el poema es el dibujo de un grabado en roca (petroglifo), situado en un pedregal del curso medio del río Caquetá, punto que constituyó la frontera de guerra entre uitotos, al sur, y karijonas, al norte. Es la esquematización de dos figuras humanas en posición sedente, unidas por el mismo trazo: … la palabra que incluye, a la manera de un río circular, entrelazándonos en el fluir del diálogo, haciéndonos sentir uno-con-el-otro, sin dejar de ser cada quien lo que es. Enseguida (sobre mi firma), composición en que duplico otro petroglifo localizado en la misma zona… Diríamos: dos personajes sentados frente a frente, pero dando la cara a la Nación. 



     



                                           

                                                         
                                                                 
Colombia – Bogotá    Semana de la Paz – Septiembre de 2012
Nota. Publiqué el poema por primera vez con el título «La paz se hace bailando», en PalabraObra, Libro del Año (1995) de la Organización de Estados Iberoamericanos –OEI–. Figura también en mi libro Poemas – Antología, Colección «Viernes de Poesía», Nº 16, Departamento de Literatura, Universidad Nacional de Colombia, 2003; y en muchas otras publicaciones. La versión actual tiene modificaciones. Desarrollé el tema en 1997 en el artículo  “Un rito para hacer la paz”, en Etnicidad y Religión, v.II, págs. 79-127, Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá.
 

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